Se advierte al lector de estas rimas jocoserias que los nombres propios que en ellas aparecen son tan reales como la vida misma, por lo que cualquier parecido con la imaginación es pura coincidencia.
Corría o andaba, ¡vaya usted a saber!, el año 1230, cuando por treinta mil doblas de oro anuales, las infantas Sancha y Dulce, hijas de Alfonso IX, renunciaron a sus derechos al trono de León en favor de su hermanastro Fernando, devenido Santo y tercero de su nombre. Fue entonces que León dejó de ser Reino autónomo para siempre.
Ni siquiera los leoneses fuimos capaces de recuperar un remedo de tal cuando lo de las autonomías en 1978. Será porque no lo merecemos o, como escribió Unamuno en Andanzas y visiones españolas : «Y tan íntima y fuerte fue la unión de ambos reinos, que los leoneses no tienen empacho alguno en llamarse y en dejarse llamar castellanos».
Los siguientes versos encadenados por una impetración arrancan, precisamente, de ese pulso de la Historia, con un suspiro emotivo de pasado glorioso que, como la golondrina, cabe la esperanza de que algún día volverá, aunque aún no se la vislumbra ni siquiera se la espera.
«¿De qué te vale, León, pionera constitución, lengua, nación, regia silla, si te han ligado Castilla sin consultar tu opinión; y falseen como hecho que te produce emoción porque tal copulación te deja muy satisfecho?».
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, que Unamuno, don Miguel, cuya pasión favorita era coger un papel y hacer una pajarita, dijese que no hay empacho en mezclarlos como a hermanos leoneses y castellanos, si esta suerte de gazpacho no lo aprueban tus paisanos a no ser que estén borrachos?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, dar buena cuna y escuela a un villano paramés que impuso que lo leonés ha de pasar por Pucela, y por causa de tal palo que propinó a lo leonés, Dios castigó al paramés a vivir en banco malo?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, tu interés por la autovía desde León a Bragança, como bienaventurada vía que te llene de pujanza en pro de tu economía, si autonómica ordenanza no le otorga confianza por creerla una utopía?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, corona de emperador, si a mayor trono han izado a un mercenario soldado llamado Cid Campeador?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, señor de horca y cuchillo de tiempos del romancero, antes muerto que sencillo: los Guzmanes y los Sueros, de Prado, Luna, Quiñones…,si hoy sus pétreos blasones no campean por sus fueros, extrañados en mansiones de chulescas pretensiones, y lo que fue gran desvelo hoy se encuentra por el suelo o en muros hechos jirones?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, tener minas de carbón, si un ministro ha establecido que sólo será extraído sin ninguna subvención?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, el ver reliquia a tu vera la urbe antigua de Lancia, si ha de borrarle la estancia una simple carretera?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, el vicus de Puente Castro, si un vial sobre su ruina le ha de pasar por encima para no dejar ni rastro?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, rico acervo forestal en especies de arbolado, si está en parte condenado al incendio intencional?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, un extenso territorio, si un real despoblamiento, por tan brutal y notorio, es causa de sufrimiento, y ni invocando a San Glorio, que es santo propiciatorio y siempre lleva a buen puerto, librará del purgatorio hasta quedar sin aliento?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, que tipos como cabestros que rigen la educación lleven a los hijos nuestros muy lejos de su región, si es evidente secuestro contra nuestra población, y a la vez digan que luchan estos tipos sin razón contra la despoblación; e incluso que eleva el grado de mejora en la instrucción?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, que en tus parques de recreo se instalasen muchos bancos para alivio del viajero, si por la crisis, ahora, y por falta de dinero se les va a imponer la Hora para aparcar el trasero?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, que ensalcen como alimento la alubia de La Bañeza, si es más sonora certeza como instrumento de viento?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, muchas corrientes de río, si de enjutos y malsanos en llegando los veranos de verlos da escalofrío?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, que votes en Ponferrada, si a parar en saco roto van ciertamente tu voto y no sirve para nada. Votes Riesco o Folgueral, votes Samuel o Ismael, un profeta del Corán, otro de la Biblia él, que para el caso da igual sea éste, ese, aquél, lo importante es el poder, la pulcritud, ¡qué más da!»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, tantos miles de ahorradores que invirtieron sus dineros en productos tentadores, si los han dejado en cueros banqueros estafadores, pasando de perceptores a tener su cuenta en ceros?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León criticar a tus paisanos, los corruptos y arribistas, si figuran en las listas y hasta les besas las manos?» ¡Ay, León, venga a nosotros tu reino! «¿De qué te vale, León, que Zapatero anulase molesto paso a nivel quien la vía atravesase y tanta espera cruel para todo el que pasase, si en ese distrito a él no hubo quien le votase?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino!
«¿De qué te vale, León, tipos de tal catadura, directores, consejeros sin vergüenza y sin hartura de la Caja España-Duero, si por ética y altura no los ha habido peores, y aunque pobres de cultura no los ha habido mayores en sueldos y sinecuras?»
¡Ay, León, venga a nosotros tu reino, el que muy vivo existió y ahora está como muerto!