Rondas o Marzas que este grupo leonés lleva celebrando desde hace 20 años.
Durante la petición del permiso pertinente a la autoridad municipal, el erudito don David Gustavo López, nos leyó un pregón tan interesante y ameno, que lo transcribimos íntegramente para disfrute de todos los amantes de la etnografía y las tradiciones leonesas
David Gustavo López
Veinte años se cumplen en este 2020, que con sus propias cifras nos lo recuerda: 20-20, desde que Aguzo resucitó aquellas antiguas RONDAS LEONESAS, “MARZAS” llamadas en este caso por no ser las rondas de Reyes ni las de Pascua ni las de San Juan ni las de ningún otro día, sino, específicamente, las de la noche de transición del último de febrero al uno de marzo, el día en que el antiquísimo calendario romano celebraba las Kalendae martiae, es decir, el 1 de marzo y la entrada del año, -lo cual perduró hasta el año 45 antes de Cristo, cuando Julio César introdujo el calendario Juliano, cuyo primer mes es enero- y por eso, en León, siempre fieles a los orígenes, todavía las llamamos MARTAS CALENDAS. Porque marzo era el mes de Marte, no el dios de la guerra sino el antiguo dios romano de la agricultura, la deidad de la vegetación germinante.
Era a este Marte a quien los agricultores oraban por la prosperidad de sus mieses y de sus frutales; era a Marte a quien el colegio sacerdotal dirigía sus peticiones de germinación; era a Marte a quien se ofrecía un caballo para asegurar una buena cosecha. Y también era a Mars Silvanus (Marte de los Bosques) a quien se dedicaban sacrificios por el buen desarrollo del ganado.
Al igual que los romanos, los eslavos celebraban el comienzo del año en el primer día de marzo. Era una gran fiesta de la primavera dedicada a Yarilo, su dios de la vegetación y de la fertilidad.
Los jóvenes solían ir por los pueblos con ramos de flores como símbolo de nueva vida. Iban recitando canciones y bendiciendo cada hogar con ritos de fertilidad.
Fiesta parecida celebraban los celtas llegando la primavera, no era el nuevo año, que había comenzado en noviembre con la fiesta del Samain, sino la fiesta de Ostara o del equinoccio de primavera, idéntica en ritos a las romanas, a las eslavas y a nuestras marzas leonesas.
Todas eran fiestas para expulsar a la muerte y dar bienvenida a la vida, lo mismo que nosotros estamos haciendo aquí y ahora, anunciando con nuestros cantos el término del invierno, la fecundidad de la naturaleza y la alegría por la próxima llegada de la estación que ha de propiciar nuestra supervivencia.
Todas son fiestas provenientes de una antigüedad remota, según el saber de antropólogos y etnólogos que ven en ellas la continuación de rituales primitivos de culto a la naturaleza y a los espíritus fertilizantes de la vegetación que viven en ella, así como a los espíritus arbóreos que habitan en los árboles.
Por eso, vosotras y vosotros que marcháis tras el estandarte vestido con ramas, y que portáis en vuestras manos varas de laurel recién cortadas de esa naturaleza que ya revive con fuerza, tened en cuenta que no estáis llevando un símbolo, sino que, en la creencia de nuestros antepasados lejanos, sois portadores del espíritu mismo de la deidad, el que traerá fertilidad a nuestras cosechas, a nuestros animales domésticos y a nosotros mismos; de ahí que cuando las personas rondadas se negaban a dar el tradicional obsequio, se les dedicase una coplilla deseándoles que no tuvieran participación en las venturas que puede conceder el espíritu visitante.
La realidad es más lejana y distinta: para nuestros antepasados, las potencias de la vegetación eran macho y hembra, y por ello intentaron, dado el principio de la magia homeopática o imitativa, acelerar el crecimiento de las cosechas mediante la intervención de los dos sexos, efectuando representaciones que, a criterio del antropólogo James Frazer, autor de la famosa obra “La rama Dorada”, no eran meros simbolismos o dramas alegóricos, sino que se trataba de conjuros destinados, como el citado autor escribe, “a que brotase el verdor en los bosques, la hierba renaciese, los cereales germinasen y las flores aparecieran”. Y añade “era natural suponer que, cuanto más se acercara la acción a la realidad, es decir, al casamiento realmente efectuado de los espíritus del boscaje, tendría más eficacia el conjuro”.
Pero ya se sabe, hubo humanos que, siglos más tarde, en aras de la castidad imperante, expulsaron al estamento femenino.
En León, la antigua creencia en los espíritus vegetales y arbóreos no se pone de manifiesto solo a través de Las Marzas, sino que es un tema reiterado y con múltiples manifestaciones en nuestro folklore, tanto que yo me pregunto por qué etnólogos y antropólogos de todos los tiempos y lugares, incluido el ya mencionado James G. Frazer, han tenido que recorrer el mundo para encontrar retazos aquí y allá que les permitieran componer la historia de un mito universal.
Les hubiera bastado con atender a esa frase de Julio Caro Baroja, hoy tan repetida y, al mismo tiempo, de tan poca consciencia en León: “Difícilmente se podrá encontrar en toda Europa una región en la que los elementos de la cultura moderna se hallen tan en armonía con los datos de un pasado remoto como León”.
Se habrían -nos habríamos- dado cuenta de que todo el misterio del espíritu vegetal, después conocido por “Hombre Verde”, se manifiesta en León mediante una serie de fiestas y ceremonias rituales que se celebran a lo largo del año, empezando por estas Marzas y siguiendo con esas otras Rondas que no son de marzo y que colocan enramadas y ramos en los balcones de las mozas; y alcanzaremos el punto álgido con los Mayos y, muy probablemente, con esos ramos atados en el remate de nuestros pendones, que en las romerías traen al pueblo el espíritu vegetal del campo romero.
El mayo que debió de empezar siendo enorme árbol hincado en la tierra - alegoría fálica fecundando la tierra- con el adorno del ramo verde en el “cumen”( Representación de la fertilidad que se espera) a evolucionado poco a poco en algunos lugares de León, a través de un adorno cada vez mas artístico y trabajado, hasta quedarse solamente en eso ¡ El adorno!.
Así debio de ocurrir con los mayos de Jamuz, que ya son solamente el adorno del “cumen”, la representación de una escena sobre un escenario, ya sin cucaña o tronco “fincao” en el suelo.
En la fotografiá podemos ver el Mayo de la Granja de Moreruela, un buen ejemplo intermedio, en esta aparentemente inconexa evolución estética.
Por toda esta profusión de invocaciones que los leoneses hemos hecho al Hombre Verde y los favores de él obtenidos desde nuestra prehistoria, no podían faltar los monumentos que León le ha dedicado.
Múltiples representaciones del “Hombre Verde”, se pueden descubrir escudriñando despacio la Catedral de León.
Ahí los tenemos, en plena mutación entre hombre y vegetal, en uno de los capiteles del claustro de San Isidoro y, repetido hasta 84 veces, en el pórtico, vidrieras y distintos lugares de la Catedral, hasta hacer de ella el lugar donde el Hombre Verde más se prodiga del mundo.
Lo mismo ocurre en la provincia, principalmente en Prioro y Montaña Oriental. Y llegado a este punto, no conviene que me extienda más, porque incluso la coplilla lo dice: "la primavera leonesa entiende de flores bellas tanto como de los fríos que hacen temblar las estrellas".
Y ya apetece cantar y bailar. Por eso, señora concejala de Cultura, Dña. Evelia Fernández , dele con presura a esta Asociación Aguzo, que es gente de bien, la preceptiva licencia para poder comenzar.
¡Ah! Y, cada año, pida a su Corporación que les dé la ayuda que no se atreven a pedir, pero que necesitan, para, al término de la ronda, convidar a los leoneses como se merecen.
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