Este leonés nacido en Zamora, el 15 de agosto, fue hijo de Fernando II de León y nieto de Alfonso VII de León y de Alfonso I de Portugal. Fue el ultimo rey privativo del Reino de León.
Su Madre Urraca de Portugal
Su padre Fernando II de León
A lo largo de su reinado tuvo numerosos conflictos y tensiones con su primo Alfonso VIII de Castilla. Debido a estos, estuvo ausente en la batalla de Las Navas de Tolosa, pese a lo cual realizó una gran actividad de reconquista, recuperando para la cristiandad las ciudades de Cáceres, en abril de 1229, Mérida y Badajoz, en la primavera de 1230, y en general toda la Extremadura.
-El inicio del reinado fue sumamente complicado pues los portugueses y castellanos ambicionaban las tierras del Reino de León por el este y por el oeste, mientras que los almohades suponían un gran peligro por el sur.
Con diecisiete años, convocó las famosas Cortes de León de 1188 en las que fueron convocados por primera vez los representantes de las ciudades para intervenir en asuntos de Estado. Asistieron representantes de la nobleza, del clero y de las clases populares procedentes de León, Galicia, Asturias y Extremadura, siendo de esta manera, las primeras Cortes representativas de Europa y del mundo
En la parte posterior del pedestal, se guardo una "capsula del tiempo".
Dos niños dieron lectura a un texto alusivo, grabado en la placa de bronce:
"En 1188 el rey Alfonso IX, señor de las Tierras de León, Asturiasl, Galicia y Extremadura convocó Curia Real en la que por primera vez en la historia representantes del pueblo llano tuvieron voz y voto en asuntos del gobierno del reino". Añade el texto que "en 2013 la Unesco declaró a los Decreta surgidos en esas Cortes el documento más antiguo del sistema parlamentario europeo" y concluye que "Alfonso IX concedió fueros, refundó La Coruña y creó la Universidad de Salamanca en 1218".
PALABRAS DE JOSÉ LUIS PRIETO ARROYO. ESCRITOR
FECHO EL 08/05/2019
Los leoneses somos un pueblo culto, por eso no rehuimos la metáfora; bien al contrario, solemos mostrar simpatía por los símbolos. Tal vez por ello en cuanto logramos erigir uno ya estamos pensando en cómo derribarlo. Una estatua, cualquier estatua, es, ante todo, un símbolo, con independencia del pilar estético sobre el que descanse; al margen, incluso, de la aptitud artística de quien la modeló, y, por supuesto, del mecenas que la haya financiado. Lo que no comporta que, ironías (metáforas) a salvo, se les falte al respeto ni al uno ni al otro.
En la plaza de Santo Martino, un mecenas y un artista han contribuido a que los leoneses podamos, en su caso, disfrutar de una nueva estatua y, consecuentemente, pasear ante ella para darle vueltas al símbolo; es decir, para maldecir (o glorificar) la materialización que han hecho de él o para cuestionar (o no) su oportunidad espacio-temporal, pues, ciertamente, el personaje en ella representado ha venido gozando de reconocimiento en otras formas y lugares desde hace largo tiempo, salvo claro está donde más se le debía. ¿Y por qué no se le había hecho? Pues por muchas razones, siendo la ausencia de mecenas solo una de ellas.
Pero, vayamos a otra, la de los manantiales. Y es que hay quien ha determinado que el personaje al que representa la estatua simboliza, estrictamente, lo que un fenómeno mediático ha contribuido a rescatar de la historia, el reconocimiento de las Cortes leonesas de 1188 como cuna del parlamentarismo europeo. Y claro el rescate de ese símbolo y su actual atribución a la estatua en cuestión tiene un titular, como más de uno tiene su divulgación en los niveles nacional e internacional. Rescate y difusión que, en verdad, no han sido adecuadamente reconocidos, singularmente, en el caso de Rogelio Blanco, aunque también en los de quienes mediante difusión de lo que han supuesto los Decreta para la memoria de la humanidad lo vienen haciendo desde distintos foros. En ningún caso han recibido todavía el reconocimiento que de los leoneses en particular y de los españoles en general se merecen. Y esto debería corregirse.
Sin embargo, no creo que el mecenas haya querido hacer fuente propia de un manantial que, siendo cierto es de aguas que otro zahorí hiciera brotar, no lo es menos que no por ello hayan de verse contaminadas abriendo nuevas fuentes. Por eso pienso que también al mecenas, Acacio Rodríguez (y a quienes en el proyecto le han acompañado), debemos agradecer la oportunidad de que podamos apreciar en la obra que financió el símbolo del primer parlamentarismo y otros más. En cuanto al artista, el ciudadano tiene la palabra.
Ya habrán notado que he eludido nombrar al titular del símbolo, refiriéndome a él meramente como personaje. Y es que al personaje le han dado un nombre con un ordinal que separa a los leoneses y también a los españoles.
Como es sabido, los ordinales a los reyes Alfonso se los asignó el conocido como Rey Sabio, saltando al irrelevante Froilaz. Esto que pudo tener sentido para él en tanto que Alfonso, rey e historiador de su época, debió ser corregido por la historiografía posterior.
Que lo habría hecho, de no ser, precisamente, por los símbolos.
Hablamos claro está de la historiografía castellano-españolista que no interrumpió los ordinales de los Alfonso que fueron reyes de España, simbolizando con ello que nuestro país es una continuidad ininterrumpida astur-leonesa-castellano-española, como si los Alfonso de Aragón (con sus propios ordinales), por ejemplo, no hubieran existido.
Asumiendo parcialmente la ordenación de Alfonso el Sabio, la reciente historiografía propiamente leonesa llama Alfonso VIII al de la Estatua de Santo Martino, al incorporar lo que algunos consideramos nuestra verdad histórica, la de un Reino de León bien diferenciado del de Castilla, incluidos los ordinales de sus reyes. Y es que bajo la estatua de Alfonso VIII de León, además del símbolo de 1188, también fluye otro manantial, el de saberse rey de su Reino y tener muy claro de cuál no lo era. Por eso le dolió tanto el engaño y la traición de su hijo Fernando cuando éste se puso la corona que le ofreció su madre, Berenguela de Castilla.
Y por eso el padre lo desheredó del Reino de León, dejándoselo a sus hijas. Reino al que, no obstante, Fernando accedería de manera poco digna, contrariando el testamento de su padre y comprándoselo a sus medio hermanas sin, al parecer, llegar a pagárselo.
Reino de León que, institucionalmente, no se uniría al de Castilla en un solo reino, por más que su titular lo fuera del uno y del otro. Por tanto —como bien probaremos en otro artículo—, no es 1230 el origen de esa «Comunidad histórica» de Castilla y León inventada en el Estatuto de Autonomía de 2007, por obra y gracia de políticos socialistas y populares que todos conocemos, únicos responsables de ese artefacto jurídico-político que nunca logrará dejar de ser otra cosa que una «Comunidad administrativa» impuesta.
Y esto para los leoneses es también otro símbolo que, con el tal nombre de Alfonso IX, se pretende soslayar: el del justo reconocimiento histórico de lo que fue realmente el Antiguo Reino de León y que, en gran medida, el ordinal representa; desde luego, no lo que cierta historiografía al servicio de intereses políticos bien definidos pretende, aquello con lo que algunos intelectuales leoneses parecen comulgar o, al menos, de lo que no muestran mayor interés en desmarcarse.
Los símbolos son muy importantes en el devenir de los pueblos, por eso los leoneses con conciencia de pueblo no podemos sino lamentar que el 23 de abril de 2019 se haya erigido una estatua a un rey de León en ella mal denominado. Es cierto que es mucho lo que los leoneses tenemos que reconstruir y que alguno verá en observaciones como la que acabo de hacer sumarme al derribo de los símbolos apuntado al comienzo. No lo veo así. Al contrario, pienso que los leoneses hemos sido demasiado tolerantes con quienes nos han venido maltratando desde hace largo tiempo, tapándonos los ojos y la nariz ante pretendidos reconocimientos a nuestra identidad, como, por ejemplo, lo acontecido en el acto del Congreso de los Diputados (al que asistí), concebido para glorificar, no los Decreta y su significado histórico para la democracia, sino a las entidades convocantes, ignorando a las leonesas Zamora y Salamanca; a Asturias, Galicia y la Extremadura otrora leonesa, territorios igualmente concernidos respecto de lo allí representado, ninguneando, asimismo, a otros responsables políticos que no fueran los de la cuerda de las entidades señaladas. Lo prueba el que esperaran a realizar el Acto con las Cortes Generales ya disueltas.
Y es que Alfonso VIII de León y sus logros históricos merecen que todo el Noroeste (Galicia, Asturias, las tres provincias leonesas), junto con Extremadura, los reconozcan como suyos. Y si ello tiene significativo alcance para España y Europa, nos alegramos mucho, porque este es el manantial que hoy simbolizan los Decreta, no más profundo, sin embargo, que el que fluye desde la verdadera dimensión histórica de un Reino que nunca se confundió con otro.
1 comentario:
Gracias Chema!! 6
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