11 ago 2014
"DESDE CATALUÑA CON AMOR"
http://lavoz.cat/2013/09/leon-sin-castilla/
En Mansilla de las Mulas, a pocos kilómetros de León, el Camino de Santiago cruza por los restos de su antigua muralla medieval. Y en ese punto los peregrinos, que pasan a cientos a diario, pueden leer una pintada en negro sobre una pared de color ocre, con una frase que dice: “León sin Castilla, ¡YA!”. Para los visitantes que nunca habíamos pisado León, la capital y su provincia, era la primera vez que nos topábamos con este tipo de mensajes que, ciertamente, se repiten casi por doquier en cada uno de los pequeños pueblos, aldeas y grandes ciudades de este antiguo reino, que tuvo su esplendor en la Alta Edad Media. Nada mejor que ir acompañado de un buen amigo, leonés de nacimiento y de sentimiento, que me iba abriendo los ojos ante esos pequeños destellos de reivindicación histórica que jalonan todo el territorio.
Ocultos entre una catedral majestuosa, con unas vitrinas que subyugan por su belleza; entre calles empedradas y antiguos monasterios; entre cumbres inalcanzables en los Picos de Europa; entre ríos bravos y caudalosos; ahí, en todo ese conjunto natural y monumental que conforma la provincia de León, un sentimiento anida en el corazón de sus gentes. De forma educada y casi diría que sigilosa reivindican el conjunto histórico de su antiguo reino, el que conformaban hace diez siglos junto a Asturias, Zamora y Salamanca. No se sienten representados por una bandera que muestra al fiero león de su escudo junto a un castillo que, en muchos lugares, aparece desdibujado o sencillamente borrado. Ese castillo identifica a Castilla, a esa Castilla que tiene a la ciudad de Valladolid como centro administrativo y desde la que se toman decisiones que afectan a la vida de estas gentes, a cientos de kilómetros, sin vínculo histórico ni afectivo. El sentimiento que me transmiten los leonesistas con los que hablo les lleva a rebautizar a esta comunidad autónoma que, ellos creen salida de una ficción, como la de “Castiga y León”. En la transición aquí se trazaron unas líneas que trataron de aunar sentimientos y lo que han conseguido es fortalecer la identidad propia de cada una de estas tierras. León es un buen ejemplo de ello.
Para un hombre del nordeste, recién llegado de unas tierras mediterráneas cargadas de reivindicaciones históricas y sentimiento nacionalista, la visita a este rincón de España le aporta un enfoque distinto a la visión que desde Catalunya muchos tienen de ese territorio que vulgarmente llaman “Castilla”, o sencillamente “la Meseta”. Basta con viajar, con salir a otros lugares, conocer a otras gentes, para comprobar que el sentimiento de pertenencia a una tierra con raíces históricas, no puede ser patrimonio de ningún territorio. Que cuando algunos elevan el tono de sus discursos denunciando supuestos agravios y se creen únicos y originales en sus reivindicaciones, otros tienen idéntica carga de razones para clamar, para gritar a los cuatro vientos, pero con una diferenta sustancial: que el mensaje de estos últimos no llega. No trasciende porque este sentimiento popular, convertido en movimiento político, no tiene fuerza mediática, no se sustenta en ningún grupo de presión, ni en un número de diputados que decidan a izquierda o derecha quién gobierna en el resto del país cada cuatro años. Así que cuando, desde la soberbia o la ignorancia norteña, alguno de ustedes simplifique la idea de España con la manida etiqueta de “Castilla”, piensen que están siendo tremendamente injustos con muchas personas que no se identifican con esa idea de una España ultramontana, conservadora y que aúna a todos los pueblos bajo un sentimiento único de pertenencia a una “nación castellana”. Piensen también en que quizá no toda España esté levantada en armas contra los “insidiosos catalanes” que quieren separarse del país a toda costa. Piensen que quizá ellos tengan ya bastante con su batalla histórica, con su cruzada reivindicativa, más silenciosa, más modesta, pero no menos orgullosa y cargada de razones.
(Dedicado a un amigo leonés, que sólo se siente leonés, y que me enseñó a abrir por primera vez las páginas de un libro de Miguel Delibes. A Leonardo, mi profesor de Lengua y Literatura Española en los años 80, en el Colegio Can Roca de Castelldefels).
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