EXPOSICIÓN EN EL MUSEO ETNOGRÁFICO DE RIAÑO, CON MOTIVO DE LOS 25 AÑOS DE SU DESAPARICIÓN.
CARMEN SOPEÑA
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SE INAGURA EL 7 DE JULIO A LAS 8 DE LA TARDE
PRESENTACIÓN
EL VALLE SEPULTADO, EN LA MEMORIA DE CARMEN SOPEÑA
Reposo, Inquietud, Suplicando, La muerte de Vadinia, Los que se fueron… Son algunos de los nombres que Carmen Sopeña ha dispuesto para las esculturas que integran su “Memoria de un valle sepultado”, una exposición amorosa y desgarrada sobre Riaño, nuestro Riaño, y los siete pueblos que junto a él fueron arrasados hace veinticinco años: Huelde, Anciles, La Puerta, Salio, Pedrosa del Rey, Éscaro y Burón. Y es que a Riaño ni siquiera le dejaron sentir la dulzura de la despedida mientras el agua subía y la muerte hubiera llegado lentamente. No, Riaño no mereció ni eso, ni piedad a la hora de ejecutar su condena, porque Riaño y los siete pueblos eran símbolo de firmeza en defensa de lo propio, de oposición al poder político-económico, o tal vez económico-político, que había determinado los caminos del ¿progreso? El perdón pudiera ser interpretado como debilidad, no como humanidad, y ello pondría en peligro los beneficios de ésta y de otras operaciones de similar “progreso”. Por eso, la violencia y la rabia del poder se derramaron sobre Riaño, nuestro Riaño, y abatieron vidas, sueños y hogares; atropellaron personas y, en un último gesto de vileza y prepotencia absoluta, dinamitaron la iglesia. Así se cumplieron los designios que para el valle habían urdido algunos hombres sin piedad.
Carmen Sopeña, asturiana de nacimiento y afincada en Galicia, había caído en Riaño desde una nube –yo la veo como la pastora ensimismada de su exposición- y, ya desde muy niña, aquí encontró el lugar ideal para desarrollar el espíritu artístico que llevaba dentro. Pero, cuando llegó ese momento de hace veinticinco años, como una vecina más defendió sus sueños desde un tejado, donde una pelota de goma casi cegó sus ojos, como tributo pagado a los hombres sin piedad y a su temeraria actitud. Entre brumas siguió creando y del arte hizo su vida o, quizá, de su vida el arte, en una obsesiva búsqueda de la esencia de las cosas. Cromatismo, textura y adimensionalidad son las características principales de Carmen Sopeña. Colores apasionados que se mitigan entre cielos montañeses y borrascas atlánticas. Texturas que también le han llevado por los caminos de la escultura, tal vez porque en ella encuentre la tercera dimensión ausente de sus lienzos.
Veinticinco años de sueños ahogados y de neblinosas carencias han gestado en Carmen el proyecto que ahora expone, una expresión de los sentimientos, desgarrados pero sin odio, que le producen el recuerdo de los acontecimientos de ayer y el vacío de hoy. Porque para ella, como para muchos otros, Riaño dejó de existir en la fatídica fecha. Une en un mismo lamento aquellos lugares de bello nombre que le servían de reposo: La Vega Seralda, El Soto de Arriba, Allende las Aguas, Pariján… con la densa humanidad de los barrios riañeses: Las Lleras, La Espina, La Golosa, El Ferial, La Puerta, Cimadevilla y La Redonda. Y a todos ellos les pone vida con el alma de quienes allí la tenían: Mones, Águeda, Victorino, Nato, Nati, Andrés, Logita, Fran… Al lado, un cuerpo casi convulsivo produce inquietud, se escuchan palabras como generosidad, porvenir, futuro… pero también otras que piden justicia o que llegan desde el clamor de la lucha. Son ideas que yo, un poco cartesiano, trato de ordenar pero que a Carmen Sopeña se le arremolinan en el torbellino de su memoria.
Alguien con los brazos elevados hacia el cielo -expresión universal del orante- y las entrañas agarrotadas por la pena, suplica clemencia para su valle, pero los hombres sin piedad, como los cuervos, no escuchan, sólo acechan y esperan por los despojos de Vadinia, el pueblo mítico de la protohistoria riañesa, asentado en las alturas, al que los romanos hicieron descender a las orillas del Esla para civilizarlo y apaciguar su rabia levantisca. Sin embargo, hace veinticinco años, cuando caían los telones de acero, estos modernos dominadores obligaron a los vadinienses a subir nuevamente a las alturas.
Un mural pintado sobre una fachada del viejo Riaño gritaba una consigna de resistencia: “Tirando todos juntos, Riaño seguirá existiendo”. Carmen lo ha tomado como fondo de su exposición y lo ha convertido en lema de futuro y esperanza.
David Gustavo López
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