La pregunta que queda en el aire es: ¿Irán aumentando las causas que motivan la desafección de los leoneses?
Centralismo
Por Julio Llamazares
Contra lo que muchos creen, la celebración en León, en el claustro de la basílica de San Isidoro, junto al panteón real, de una sesión de las Cortes de Castilla y León para conmemorar la primera que se celebró en el mundo en ese mismo lugar según los historiadores, no es una demostración de la voluntad descentralizadora de la Junta de Castilla y León, sino al revés: el carácter de excepcionalidad que se le dio a la reunión indica precisamente que no se volverá a repetir, ni en León ni en ninguna otra provincia de la comunidad, porque el sitio de las Cortes está en su capital.
El de las Cortes, el del Gobierno, el de sus fundaciones públicas… Mientras que los políticos de Castilla y León hablan de comunidad (unidad común), de crear sentimiento de pertenencia a ella (como si los sentimientos se crearan de arriba abajo y por decreto ley), de región en vez de regiones (lo que contradice el nombre) y de fijar población en todo su territorio, todos los organismos públicos se sitúan en Valladolid, cuya posición central se esgrime como argumento para que así sea, que es el mismo que servía en épocas anteriores para que Madrid se quedara con todo a nivel nacional. Así, la capital de Castilla y León (de derecho o de hecho, eso ya no lo sé) ha ido engordando y creciendo año tras año mientras las demás provincias de la comunidad se desangran y se despueblan, como todos los datos muestran de modo inequívoco. En ese contexto, que se celebre un pleno de las Cortes en León o que el Procurador del Común, la única institución autonómica con residencia fuera de Valladolid y que apenas ocupa a veinte trabajadores, esté en la capital del Viejo Reino, suponen simples adornos o migajas de condescendencia. Aunque aún es peor en otras provincias, donde ni siquiera de eso pueden alardear.
Desde que se creó la Comunidad Autónoma de Castilla y León, Valladolid, que se convirtió de inmediato en su capitalidad de facto, ha pasado de una posición intermedia en el contexto de las provincias que integran el territorio autonómico a encabezar todos los rankings de crecimiento, tanto económicos como demográficos. Y va a más en su carrera, como van a menos las otras ocho provincias año tras año sin que ello suponga un cambio de actitud por parte de los gobiernos autonómicos; al contrario, parece que cada día contribuyen más a esa situación con sus decisiones. Voluntad política o no, incapacidad para corregir la deriva o conformidad, lo cierto es que cada vez más Valladolid avanza hacia su conversión en una nueva metrópoli mientras que el resto de las ciudades de Castilla y León envejecen y sus provincias mueren por inanición. Y no se trata de acusaciones malintencionadas y rencorosas de leonesistas como los vallisoletanos creen. En Soria, en Ávila, en Salamanca, en Zamora, hasta en Burgos y Palencia, que algo se benefician de su vecindad con la capital autonómica y de su posición en el mapa de las infraestructuras, la gente está más harta del centralismo de Valladolid que en León.
TRIBUNA
El desamor a España ensayado por un leonesista
MÁXIMO SOTO CALVO
ASOCIACIÓN PRO IDENTIDAD LEONESA
07/05/2016
Cuando leí la entrevista que este medio hizo al leonés J. Pedro Aparicio, ganador del premio internacional de Ensayo Jovellanos, no pudo menos que avivar mi atención lo apuntado por el autor: «La preeminencia de Castilla acabó con la naturaleza plural de España», que el entrevistador Emilio Gancedo, siempre preocupado por lo leonés, quiso destacar como título.
La sorpresa no era fruto de la perplejidad, quienes hemos leído con detenimiento su «ensayo sobre las heridas, pugnas, expolios y desolaciones del viejo reino…» sabíamos de la validez de ese punto de vista de Aparicio; y cómo colocaba el poder absorbente de Castilla como la «losa castellana» que se imponía ocultar lo leonés, «tolerándonos» hoy el periclitado honor de ser citados como Viejo Reino.
La aparente redundancia que podía suponer «la reivindicación leonesa de León», propuesta en aquellas páginas era un especial estímulo para remover la conciencia de «ser leonés». Hablamos de un pueblo cargado de historia que otros se han empeñado en escribir a su antojo. Su «amén» final en el libro era toda una premonición: «La cultura popular no solamente es nuestro pasado, sino también nuestro futuro». Palpable hoy cuando gracias a las tradiciones y los movimientos culturales se mantiene vivo, a duras penas, el sentimiento de ser leonés.
Repasando la enumeración de obras de Aparicio en los distintos medios donde se daba cuenta de su último libro, al pronto eché en falta, entre ellas, su ensayo «heridas, capturas, expolios…». De inmediato me preocupó, por ser reivindicativo de lo leonés, barajando como primera causa la posibilidad de un olvido, virando a que éste fuera más o menos intencionado, pues supongo que no estará incurso en el doloroso tratamiento de considerarlo de menor calado. ¿Despiste o desmarcaje?
Cuanto puedo apuntar sobre el ensayo premiado, viene dado por la lectura de la noticia en distintos medios, y lo manifestado por algunos miembros del jurado. Destacando la «brillantez narrativa del texto». Si en las «heridas, pugnas y expolios…», llegaba con precisión histórica hasta nuestro rey privativo leonés, Alfonso IX, sus Cortes y Carta Magna, en el ensayo premiado parte de la idea de que dadas las tres excomuniones en orden matrimonial lanzadas por el papado hacia nuestro último rey, y el más que interesado apoyo de la iglesia al incipiente reino de Castilla, se empezaba a fraguar la asfixia del Reino de León.
Cuando pueda leer su último ensayo creo que estaré en disposición de adquirir opinión, en tanto hoy, con ideas no tan sueltas como, «repensar la idea de España», «la incomodidad nacional para sentirse español,» con toda la deferencia que merece el autor me estoy permitiendo componer un respetuoso «collage»…, y por inquietud personal leonesista no desperdiciar la ocasión vindicativa de lo leonés.
La frase descriptiva: «Una historiografía que sigue una línea que va desde los Reyes Católicos hasta el nacionalismo franquista», me trajo a la memoria una destacada precisión sobre la postura de estos reyes, que en un libro de 1930, bien estructurado para la preparación de maestros, se decía que, «con su unidad», se situaron de espaldas a la Historia de España, al no respetar la personalidad estatal de las regiones o ambientes geográficos de difícil conjunción territorial y humana.
La historia habría de ir mostrándonos que tal idea podía estar cogida con interesados alfileres, y así en el ensayo, nos cuentan, que incorpora opiniones de Ortega y Gaset, Caro Baroja, Sánchez Albornoz… que han estudiado este devenir, vital para poder entender hoy «las causas del alejamiento de sus ciudadanos de la idea de unidad nacional», al punto de llevar a algunos a anunciar que no se siente españoles. ¿En los cuchillos cachicuernos de «Santa Gadea» hay alguna clave?
Nosotros, los ciudadanos de aquí, ¿nos consideramos leoneses de León, de la región leonesa, o pasamos de provincia a nación (España) obviando lo regional en un sorprendente salto? ¿El intolerable estatus autonómico es nuestro puñal dorado?
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